sábado, 16 de agosto de 2014

Helia



―Fase veinticuatro, iniciada.
Los ojos le duelen cuando percibe la luz. Parpadea varias veces, despacio, dejando que vuelvan a acostumbrarse. Se mira las manos confundida. No se reconoce, pero debe ser ella. Lleva tanto tiempo sumida en la oscuridad que ha olvidado cómo es. O quizá sea que todo transcurre más lentamente cuando tu única compañía es la soledad.


Se incorpora asustada al escuchar algunas voces susurrantes. Se gira en todas direcciones, buscando de dónde provienen. Hasta que recuerda que está encerrada en una prisión experimental. La fase Noche Eterna ha dejado paso a una nueva.
Helia fue creada para los rebeldes que no aceptan las leyes del nuevo gobernador. Lys lleva tanto ahí dentro que ni lo recuerda. El tiempo es incierto dentro de ese blanco cubículo. Al principio, trató de llevar la cuenta de los días haciendo marcas. Luego se quedó sin nada con lo que hacer esas señas, o quizá se le olvidó continuarlas cuando empezaron las fases. En Helia es complicado tener certeza alguna sobre lo que sucede. Las fases son muy variadas, pero todas tienen algo en común: pretenden jugar con sus mentes. Hay veces que las luces permanecen encendidas durante semanas, privándoles del sueño. Otras, la puerta se abre y le permiten salir. Pero va a parar a otra celda, y luego a otra, y luego a otra. Nunca consigue escapar, solo quedarse sin aliento. En otra ocasión, una leve pero incesante lluvia estuvo cayendo durante semanas, o quizá fueran meses, no lo sabe bien. A veces incluso tenía la sensación de estar mojada, o de tener frío, pese a que solo era sonido.
Una de las voces suena por encima del resto. La reconoce en seguida y se gira de nuevo. Esa vez sí, en su espalda se forma una imagen. Tan nítida que parece real.
―Aiden ―dice con un hilo de voz―. Aiden... ―repite sin poder creerlo―. Pensaba que te habías olvidado de mí...
Está ahí, después de tanto tiempo. Corre hacia él sin apenas fuerzas. Trata de abrazarle, pero sus brazos traspasan la figura y termina por caer al suelo. Mira confundida hacia atrás, donde Aiden sigue en pie, aunque no esté realmente. Más imágenes siguen formándose a su espalda. Surge un sillón, un retrato, varias velas sobre una mesa. También hay una chica sentada junto a él.
―No podemos permitir que lo hagan, Lys. ―Aiden coloca un brazo alrededor de su cuello y la mira con decisión.
Lys está mirando a la chica. Así que es ella. Casi se ha olvidado de cómo es, pero cree atisbarse en esos ojos azules que se clavan en los de Aiden. Mira su cuerpo de ahora, pálido y enclenque, y sacude la cabeza. Prefiere contemplar a la extraña chica que tiene sus ojos y su nombre.
―Es arriesgado, habrá muchos vigilantes, ¿cómo lo haríamos? ―protesta la Lys de la imagen―. No merece la pena.
―¿No merece la pena? Van a quemar un millón de libros, Lys, un millón. Cada vez quedan menos y nosotros dejamos que los destruyan. El gobernador tiene miedo de que la gente los lea. De que sepa cómo era el mundo antes, cuando la gente era libre de plasmar historias e ilusiones en papel. No quiere que haya soñadores, ni creatividad, ni conocimiento. Por eso tenemos que salvarlos, por eso tenemos que enseñar a los que tienen miedo que hay vida más allá de la que vemos. ―Sus palabras suenan tan convincentes que incluso persuaden a la Lys actual―. No tienes por qué hacerlo, pero me gustaría que estuvieses a mi lado. Por mí. ―Aiden sonríe y le acaricia la cara.
―Estaré contigo, Aiden. Por los dos.
Lys se lleva la mano a la mejilla, pero no siente nada. La imagen comienza a desvanecerse hasta que desaparece del todo.
―¡No! ―grita Lys moviéndose por toda su celda, tratando de recuperarla―. ¡No! ¡Vuelve! ¡Me lo prometiste!
Los progresos de Helia cada vez la sorprenden más. No entiende cómo han accedido a sus recuerdos para proyectarlos delante de ella. Sabe que son parte del pasado, pero no puede evitar quererlos de vuelta. Y como si la fase veinticuatro escuchara sus plegarias, una nueva imagen se forma ante ella.
La arena alfombra el suelo; los pájaros el techo. Un mar diminuto y a la vez inmenso aparece al fondo. La hoguera está preparada, con decenas de metros de altura. La muchedumbre se agolpa tras las vallas de seguridad, eufórica. Varios vigilantes protegen la zona, mientras los rebeldes esperan en su nave la llegada de los libros.
―Pase lo que pase, no te separes de mí. ―Aiden le sujeta la mano con fuerza y la besa.
―No soportaría la idea de un mundo sin ti ―dice Lys en respuesta.
El cargamento de libros se acerca a la playa. Era la señal que estaban esperando. Invaden la nave en cuestión de segundos y tratan de hacerse con el control, pero no pueden. Chocan contra la orilla a la vez que decenas de vigilantes aterrizan a escasos metros de ellos. El caos se forma en la playa. La gente corre en todas direcciones. Lys está entre ellos. Las montañas están cerca, y si consigue llegar hasta ellas será fácil esconderse entre sus árboles y sus cuevas. Antes de llegar se gira y busca a Aiden. Un hombre le mantiene inmovilizado, mientras él trata de forcejear. Lys corre hacia ellos y le golpea tan fuerte como puede. No lo suficiente como para dejarle inconsciente, pero sí para que lo suelte. El vigilante le devuelve el golpe a Lys. Su fuerza es mucho mayor, tanto que sale disparada varios metros. Nuevos vigilantes salidos de la nada aparecen junto a ella y la sujetan. Lys levanta la vista y mira a Aiden, que sigue ahí clavado, observándola.
―¡Vete! ―le grita ella―. ¡No hagas que sea por nada!
―¡Te encontraré, te lleven donde te lleven! ―responde él desde lejos, preparado para echar a correr―. ¡No descansaré en paz hasta que estés de nuevo a mi lado! ¡Te lo prometo!
―Lo prometiste ―susurra Lys cuando la imagen desaparece del todo―. ¡Lo prometiste!
Golpea el aire varias veces, allí donde Aiden acaba de desaparecer. Después se deja caer al suelo, abatida. Al principio pensó que él no cesaría en su búsqueda hasta que diera con ella, pero las esperanzas hace tiempo que se desvanecieron. Él no la va a encontrar, ni siquiera cree ya que la esté buscando. No se arrepiente de su decisión. Sigue sin soportar la idea de un mundo sin él.
Ahora cada día de su vida es el último. En cualquier momento un vigilante entrará y sellará su destino. El único final posible para un preso de Helia es el Fuego Eterno, y Lys hace tiempo que dejó de esperar otro. Es más, espera que llegue pronto. Una existencia donde solo habrá lluvia, oscuridad o recuerdos no tiene ningún sentido.
Una de las losas de la pared se abre de forma automática y una bandeja aparece en su celda. Agua y avena, la misma comida de siempre. Sin hambre ni ganas de comer, coge el cuenco y desparrama el contenido por el suelo. Esboza una ligera sonrisa. Ya no es todo blanco. Esos pequeños copos amarillos han roto la monotonía de la habitación. Lanza el vaso de agua contra la pared, dejando pequeñas gotas por todas partes. Aiden estaría orgulloso de ella, de que se rebelase contra su poder. Pero Aiden ya no está. Así que lo único que le queda es un día de sed y hambre, sumado a la desesperante sensación de que en cualquier momento los recuerdos volverán a aparecer.

―Celda doscientos trece. Procediendo a su abertura.
Lys abre los ojos despacio al escuchar el sonido. No sabía que ése fuera el número de su cubículo, pero su puerta se ha abierto. Dos hombres ataviados con una blanca armadura avanzan hacia el umbral y la miran.
―El día ha llegado. ―Su voz suena metálica tras el casco que le oculta el rostro.
No esperaba otra cosa. Una voz sombría para una noticia sombría. Se levanta sin oponer resistencia y se coloca entre ambos. Los pasillos del resto de la prisión son de un blanco tan impoluto como las paredes de su celda. Las puertas se abren cada vez que se acercan a ellas. Lys lo agradece. Es preferible un camino sin interrupciones para no pensar en el destino que la espera.
Llega hasta una habitación distinta. Una mesa está dispuesta a un lado, con un mantel blanco cubriéndola y tres jeringuillas encima. Una tabla vertical de vidrio la espera en el centro, donde debe ser atada. A su alrededor, distintas cristaleras permitirán al público ver el espectáculo. Los vigilantes le colocan las sujeciones en las muñecas y los tobillos. Lys deja que su mente vague entonces. No puede pensar en otra cosa que no sea Aiden. Ella no podía imaginar un mundo sin él, espera que él sí pueda imaginar un mundo sin ella.
La habitación se mueve entonces. Mira hacia abajo asustada, no esperaba que fuese una plataforma. La prisión queda bajo sus pies cuando se eleva por encima de ella. Avanza hacia delante y vuelve a bajar. Un pequeño público ruge en vítores cuando la acusada aparece.
En su mundo solo hay tres clases de personas. Las que se valen de la opresión y de falsos dioses, las ingenuas y pasivas, y las que luchan por cambiar las cosas. Y así es cómo funciona. Las primeras gobiernan y rigen el destino a su voluntad, las segundas les aclaman por miedo y las últimas esperan el Fuego Eterno cuando por fin son capturadas.
―¡Un nuevo rebelde se consumirá en el infierno! ―resuena una voz entusiasmada por todo el ambiente.
Uno de los vigilantes se acerca a la mesa auxiliar y sujeta una jeringuilla con un líquido rojizo. Lys cierra los ojos y se centra en respirar. Parece irónico después de haber soportado tantas fases, pero le tiene pánico a las agujas. Su cuerpo se queda rígido cuando penetra en su piel y pronto empieza a sentir la sensación del fuego. Se va extendiendo por sus venas, calentando poco a poco su sangre. Así será hasta que tras la tercera inyección su sangre hierva y se consuma por dentro.
Abre los ojos cuando los gritos del público se tornan asustados. La multitud corre de un lado a otro y se dispersa. Los vigilantes corren y se ordenan. Las dos personas que estaban con ella en la plataforma han desaparecido.
―¡Vamos, resiste! ¡No hagas que sea por nada!
Se sorprende al ver a Aiden soltando las correas y sosteniéndola entre sus brazos. Él no sabe cómo detener la solución pirolítica que se extiende por su sangre. Las quemaduras cada vez son más visibles y por su cara intuye que siente verdadero pavor de que haya llegado tarde. Aiden se ha retrasado, pero si no ha visto mal, solo han llegado a inyectarle una.
―¡Maldita sea, Lys! ―grita encolerizado―. ¡Ahora no!
Lys escucha una explosión lejana, aunque no sabe si se debe a que realmente explotó lejos o a que está perdiendo la consciencia. Aiden no parece inmutarse, sigue con los ojos clavados en ella. Una nave pequeña aterriza en la plataforma y alguien baja a su lado. Lo último que distingue antes de perderse en alguna parte es el perpetuo color blanco que durante tanto tiempo ha sido su única compañía.

Abre los ojos despacio y se mira los brazos. Donde antes se le marcaban las venas ahora hay quemaduras que se extienden por todo su cuerpo. Las toca con la yema de los dedos y aprieta los dientes, dolorida. Mira a su alrededor y se asusta al comprobar que todo es blanco. Unas voces susurrantes suenan por todas partes y en ninguna. Se pone en pie con rapidez y se acerca a las paredes. Las recorre con la ayuda de sus manos, buscando alguna diferencia. Hay un copo de avena en un rincón. Lo coge soportando el dolor de las quemaduras y lo tira con las pocas fuerzas que le quedan, tratando de que salga de ahí. Aiden ha ido a por ella, no puede estar de nuevo en su celda. Lo tira una y otra vez, incluso lo intenta con la losa por donde entra su comida. La avena sigue ahí, rompiendo su nívea compañía. Recuerda que Aiden ha ido a buscarla, pero no sabe si es real o ha sido otra parte de la fase veinticuatro.
Una puerta se abre y un vigilante entra, con su impoluta armadura blanca. Así que es cierto, sigue en su celda. Se deja caer al suelo y lucha por contener las lágrimas. Qué ilusa. No entiende cómo han conseguido engañarla tantas veces ya. Nadie escapa de Helia. Los rebeldes se consumen en el infierno, literalmente. En su mundo solo hay tres clases de personas, y conocen el destino que les depara a cada una.
El vigilante se acerca a ella y se agacha a su lado.
―No tengas miedo ―susurra una voz más que conocida a su lado―. Owen y yo estamos dentro, te hemos entregado como vía de entrada. Tomaremos la prisión. Liberaremos a nuestros compañeros y luego haremos que arda. Necesito que te quedes aquí, que te mantengas a salvo hasta que regrese a buscarte. Yo tampoco soporto la idea de un mundo sin ti.
Lys observa al vigilante marchar con una renovada esperanza.
Puede que su mundo funcionase así, pero mientras haya gente que luche por cambiarlo, existirá la posibilidad de que cambie.

Gracias a mi amiga Lorena por la imagen del relato.

1 comentario:

  1. De nuevo gracias a ti por ponerla, me alegra un montón que te gustara. ¿Sabes? Estoy deseando que escribas algo más sobre Helia... este relato es increíble.

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